domingo, 1 de agosto de 2010

El último beso

A pesar del tiempo pasado, no había olvidado mi nombre.

Estaba sentada en el banco junto al estanque del parque cercano a mi casa. El mismo en el que suelo sentarme cada mañana para tomar el sol mientras doy de comer a las palomas. Durante un segundo quise pasar de largo, fingir que no la reconocía, que no sabía por qué estaba allí. Pero mis pasos cansados no me dejaron otra opción, y lentos, se dirigieron hacia ella.

El sonido de su voz cuando me llamó, desempolvó mis recuerdos. De nuevo, como la otra vez, volvió a ofrecerme su mano, y en un instante, las imágenes de aquel tiempo regresaron a mi mente.
Cuando la conocí, yo aún no había cumplido veinte años.

Era verano y aquella tarde los pájaros volaban muy bajo.

Rosa, mi mejor amiga por aquel entonces y yo, queríamos comernos el mundo, pero apenas tuvimos tiempo de saborear un trozo. Tengo escasos recuerdos de lo que sucedió aquel día de finales de agosto. Paseábamos cogidas del brazo por la era grande cuando se desató la tormenta. Entre risas, corrimos hacia el pueblo en cuanto sonó un trueno y comenzaron a caer las primeras gotas. Olía a tierra mojada. Rosa me llevaba un par de metros de ventaja cuando tropecé y caí al suelo.

Entonces sucedió. Un enorme estruendo y el intenso olor a quemado que lo invadió todo son mis últimos recuerdos de esa tarde. Luego, mi memoria falla y borra por completo lo que sucedió después, como si hubiera un espacio sin grabar en la película de mi vida. Y es en ese tiempo cuando la vi por primera vez. Estaba muy cerca. De pie. Siempre a mi lado. En silencio. Sin apenas moverse. No sabía si era de día o de noche, ni cómo había llegado hasta ese lugar de sombras. Me acostumbré a su presencia. No sentía temor. Ni dolor. Ni hambre. Ni sed. No sentía nada. Era una situación extraña. Un día me tendió su mano y me invitó a acompañarla. Nunca antes me había hablado. Su voz era dulce. Sonreía y me pidió que me apresurase. Ahora puedo recordarlo todo. Como si el tiempo no hubiera pasado.

—Se hace tarde —me dijo.

Y yo me dejé arrullar por el sonido de sus palabras y le ofrecí mi mano. Apenas llegué a rozar sus dedos. Estaban fríos, muy fríos, y en un gesto instintivo, aparté mi mano. Fue entonces cuando escuché un sonido familiar. Era la voz de mi madre. Puedo recordar con nitidez el momento de desconcierto mientras buscaba el lugar de donde procedía el murmullo. Me hablaba desde algún lugar lejano y sus palabras llegaban débiles. Me costaba entender lo que decía aunque me esforzaba por escucharla. Lloraba. Lloraba mientras hablaba.

Quise preguntarle por qué. Pero mi garganta se negaba a obedecerme. Y también recuerdo que lo intenté de nuevo con más empeño. Grité con toda la fuerza de la que fui capaz. En ese instante algo cambió a mi alrededor. Fue entonces cuando la mujer de voz dulce que en todo momento había estado a mi lado comenzó a alejarse.

—Espere, no se vaya —le dije. Se volvió hacia mí con movimientos suaves y me respondió que su tiempo había terminado. Cuando se marchó me di cuenta de que estaba tumbada en una cama. Y aunque no conseguía abrir los ojos, ya podía escuchar con claridad las palabras de mi madre y sentir su mano cálida que apretaba con fuerza la mía.

—Carmen, no te rindas. No dejes de luchar. No te vayas Carmen –eran frases que como en una letanía, repetía una y otra vez.

—¿Madre? No llore. Estoy aquí —respondí. Y esa vez mi voz, aunque débil, puedo oírse. Cuando abrí los ojos y la oscuridad desapareció, mi madre, sentada en una silla a mi lado, me dedicaba una sonrisa.

—¡Carmen, hija mía, has vuelto! Estaba segura de que lo conseguirías —repetía entre lágrimas. Me besaba, me abrazaba, y no podía dejar de llorar. Aquella mezcla de lágrimas y sonrisas, me hizo pensar en un arco iris. Puedo recordar con claridad aquella sensación, y también mi confusión por no lograr entender el significado de sus palabras. “¿De dónde había vuelto? ¿Qué había logrado?”

Cerré de nuevo los ojos, y busqué entre las brumas a la mujer de mi sueño, pero me había despertado y ya no estaba.

Nunca le hablé a nadie de aquella señora con la que soñaba mientras estuve en coma, y poco a poco el recuerdo de su presencia se fue diluyendo. Un día mi madre me confirmó lo que ya intuía pero no me atrevía a preguntar. Rosa murió aquella tarde de verano.

Nunca terminé de superar el miedo y durante años cada vez que tronaba, asustada me refugiaba en el colchón de lana de mi cama.

Esta vez no hay nadie que apriete fuerte mi mano. Tampoco hay palabras que me pidan que no me rinda, o que luche por vivir. Casi todos los míos hace tiempo que se fueron. Mis huesos, desgastados por el paso de los años no son más que son un estorbo, y hace años que los colchones dejaron de ser de lana. A mi alrededor escucho voces confusas, desconocidas, anónimas, que gritan pidiendo un médico. He notado unos labios sobre los míos, una presión en el pecho, y en la distancia he escuchado el sonido de la sirena de una ambulancia.

—Vamos, nos queda poco tiempo. Te esperan. Podrás volver a estar con los que ya partieron, te llevaré hasta ellos —ha dicho la mujer con voz melosa mientras sonreía y extendía de nuevo su mano hacia mí.

Me he agarrado a ella con todas mis fuerzas. Esta vez su tacto no era frío. En el momento en que he apretado su mano, he dejado de oír las voces que pedían una ambulancia. He dejado de sentir la opresión en mi pecho y los labios desconocidos sobre los míos en su intento de reanimar un cuerpo que ya estaba vacío.

Hacía muchos años que nadie besaba mis labios.

Tal vez ha sido un beso de despedida.

El último beso.

Dori.
Mayo 2008

12 comentarios:

  1. Pero que relato más bonito.Casi me hace llorar. Por desgracia yo he vivido algo similar, con mi madre , llamada Carmen . Murió con 48 años. Desde aquí... Te quiero mama y ojalá ubiese podido darte un último beso.

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  2. Dori, me has dejado gratamenten sorprendida, me ha gustado mucho . besos

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  3. Dori, cuesta comentar. Es un relato muy bien escrito y como todos algunas vez de una u otra manera hemos estado cerca de la muerte.... propia o ajena, este es un relato que conmueve profundamente.
    Tengo un nudo que me oprime la garganta, la carga afectiva de tus palabras me ha llegado al fondo del corazón y de la memoria.
    Un beso

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  4. que fuerte dori, todo lo aqui relatado, impactante..
    te mando un abrazo grande!

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  5. Espero que la muerte sea así de dulce, un relato muy emotivo.
    Me trae recuerdos muy duros.
    Besos

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  6. ¡Impresionante!!!! Que capacidad de atrapar al lector; has conseguido que se me haga un nudo en la garganta. Estoy segura que la muerte es la continuación de lo que hemos empezado aquí y que las personas que forman parte de tu historia te esperan allá. ¡Que bien lo has sabido plasmar! Por favor, que no sea el último relato que nos ofrezcas..... Un beso.

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  7. Vuelvo a ser yo...ja, ja, ja. Todavía sigo en tu blog. Acabo de leerme todos lo que has publicado bajo la etiqueta de "relatos". Me tienes fascinada con tu manera de escribir. Una preguntita ¿has publicado algo?. Si lo has hecho, yo quiero un ejemplar.... Un beso.

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  8. Dori, me has puesto el vello de punta, que hermoso relato, precioso !!!!!

    Besitosss !!!!!

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  9. Yupiiiiiiiiiiiii!!! otra rechuli romantica!!!!

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  10. Precioso relato Dori,,,,de verdad que da gusto leerlos,,,tienes una manera de escribir que "envuelve" ,,

    bsssss,,,,

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  11. Hola Dori

    Acabo de descubrir tu blog y veo que tenemos aficiones comunes, el patch y la escritura.
    A mi encanta escribir. Hace una temporada que escribo mucha poesia.
    Veo que eres o has sido, alumna de FUENTETAJA, hace un tiempo hice con ellos, un taller a distancia aunque no es lo mismo que el presencial.
    Felicidades me gusta como escribes
    Un saludo
    Roser

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  12. no puedo comentar nada! me has dejado sin palabras
    un beso y gracias por este maravilloso relato

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